Mustafá Barghouthi

                                           ¿DOS ESTADOS O UN ESTADO? 

Eric Hazan: Supongamos que usted y sus amigos logran crear en Palestina un gran movimiento unificado de resistencia laico, demócrata, orientado hacia la justicia social y respetuoso de la ley. ¿Cuál sería su plataforma, qué pedirían?  
Mustafá Barghouthi: La liberación del pueblo palestino. La libertad de movimiento, la libertad de vivir, trabajar, invertir, la liberación de todos los prisioneros políticos. El estandarte es la libertad.
Para lograrlo hay dos opciones. La primera, evidentemente, es un Estado palestino independiente. Pero hay un umbral por debajo del cual no se puede hablar de Estado. Un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967 (lo que representa, repito, el 23% de la Palestina histórica), con Jerusalén oriental como capital, es lo mínimo. Lo que significa que habría que desmantelar todas las colonias sin excepción. Quienes lo desearan podrían quedarse donde están, pero bajo soberanía palestina, como ciudadanos del Estado palestino. Y por qué no, si así se pueden evitar expulsiones y sufrimientos...
No vería ningún inconveniente en que ese Estado estuviera totalmente desmilitarizado, con la condición de que se colocara en la frontera a una fuerza internacional, para protegernos. Pero no tenemos que aceptar modificaciones de frontera, justificaciones de la injusticia: no pedimos ni más ni menos que el respeto estricto de las decisiones internacionales.
Si el gobierno israelí prosigue su política actual, si el movimiento internacional no logra convencerle de que abandone la totalidad de los territorios ocupados, si persiste en su idea de convertir el «Estado palestino» en una serie de bantustanes, empezando por Gaza y siguiendo por Cisjordania, si deja el maldito muro donde está, entonces no hay ninguna posibilidad física de que exista un Estado verdadero. Pertenezco, como ya le he dicho, a un grupo de pensamiento que ya en 1967 aceptaba el plan de partición de Palestina [el Partido Comunista Palestino]. Y ahora esa partición la acepta la inmensa mayoría de los palestinos, incluido Hamás.
Si Israel hace imposible esa solución, no nos quedará más que una opción, un solo Estado donde todos los ciudadanos serían iguales: una cabeza, un voto. Pero, evidentemente, ese Estado no podría seguir siendo únicamente judío. Será judío y a la vez palestino. Los israelíes tendrán que aprender a convivir con los demás. Es como cuando nace en la familia un hermano o una hermana: hasta entonces, todo era del hijo único, pero de repente hay que dividirlo todo. Al principio es difícil, pero se acaba uno acostumbrando. Podemos aprender a vivir como ciudadanos en pie de igualdad.
No somos responsables del hecho de que la población de los territorios ocupados sea más o menos equivalente a la de los judíos de Israel. Ni de que la mitad de los rusos que ha venido a Israel no sean judíos. Pero, ¿por qué nos hemos de ver obligados a clasificar a la gente de esta manera, a preguntarnos quién es judío y quién no lo es? ¿Por qué no vivir juntos como seres humanos iguales?
Para lograrlo hay una solución creativa: la Unión Europea ha decidido dar a cinco países el estatuto de asociados: Moldavia, Ucrania, el Estado de Israel, Jordania y los Territorios palestinos. Todos esos países tendrán los mismos derechos que los miembros de la Unión, menos el de participar en las elecciones al Parlamento y a las diversas instituciones. A lo mejor podríamos tener aquí dos Estados, con una libertad total de movimiento entre ambos, en el marco de la Unión Europea. Sería una solución casi inmediata al problema del regreso o de la indemnización a los refugiados, para la cual la ayuda europea sería decisiva. Y la seguridad de Israel estaría garantizada por la Unión. Podría ser una fuente de prosperidad económica para los dos pueblos. 


E.H.: Lo que acaba de decir me resulta tremendamente familiar: hace dos años escribí un artículo en el que proponía una «República federal israelo-palestina» que fuera miembro de la Unión Europea... ¡Huelga precisar que ningún periódico aceptó publicarlo! De modo que este plan es nuestro plan.
Pero volvamos un poco hacia atrás en el tiempo. Imaginemos que Israel acepte un Estado palestino viable, dentro de las fronteras de 1967, etc. ¿Cómo podría vivir tal Estado? En dos trozos, sin puerto (porque Gaza no tiene un verdadero puerto), sin recursos naturales... ¿No le parece que ese Estado sería una reserva de mano de obra barata para Israel, si por entonces no se ha llenado el depósito con trabajadores importados del sudeste asiático?
 

M.B.: Eso no me preocupa demasiado. Jordania también carece de puerto, con la excepción de Akaba, que es minúsculo. Si hay paz podremos arreglárnoslas con Israel. Y, en lo que respecta a la mano de obra, con independencia incluso de los trabajadores asiáticos, la mentalidad de los palestinos ha cambiado: ya no quieren servir como proletariado en Israel. Muy al contrario, con nuestro nivel educativo, podremos entrar en la economía mundial, ¡ser un país exportador de cerebros!
Naturalmente, habrá que cambiar la estructura económica del país: ya estamos trabajando en proyectos cuya finalidad es hacernos autosuficientes, en particular en lo que respecta a los alimentos. Tendremos que desarrollar la agricultura y la industria alimentaria con los medios tecnológicos actuales, lo que nos ayudará a resolver el problema del empleo y nos liberará de la necesidad de importar tantos productos de Israel. En el sector agroalimentario podremos convenirnos en exportadores. Por ejemplo, ahora mismo tratamos de crear una cadena de productos lácteos que respete las normas sanitarias internacionales. Hoy hay en Palestina empresas que se dedican a ello, ¡pero importando la leche de Israel! Tenemos vacas, pero nos falta el eslabón que conduce a la industrialización de productos sanos y bien acondicionados. Cuando hayamos creado ese eslabón, ya no tendremos que seguir importando leche en polvo de Israel.
Además, muchos palestinos de la diáspora están deseando regresar al país, y en su mayor parte son profesionales cualificados en los países donde viven. Sin contar con los hombres de negocios, que querrán tener una residencia de verano en el país, y los que querrán deslocalizar aquí una parte de sus actividades. Se producirá un boom en el sector de la construcción...
Los palestinos tienen un gran espíritu de empresa. Hace tiempo me encontré en Los Ángeles a uno que había crecido en un campo de refugiados de Ramallah. Procedía de una familia de Annaba, de refugiados de 1948. Su padre había trabajado en Brasil, y él se instaló en California para montar una fábrica de aparatos de música para coches, micrófonos estéreo o algo parecido. ¡Hoy tiene dos fábricas en China, que se llaman Annaba! Me hizo una visita: es un fan de Nueva Iniciativa. Su sueño es regresar a su país y construir algo aquí. Es un ejemplo entre muchos: imagínese cuánta energía hay en la diáspora palestina. No debemos renunciar a esas aportaciones,
Si la economía palestina se desmoronó fue por dos razones. La primera es la corrupción imperante en el interior de la Autoridad, a través de los monopolios de importación. Una corrupción alentada por Israel. La segunda son los obstáculos que pone Israel al movimiento en el interior del país. Una de las peores aberraciones de los Acuerdos de Oslo es el apartado económico, que mantenía nuestra dependencia absoluta con respecto a Israel. No se trataban asuntos de seguridad, sino que se quería garantizar que la entidad palestina no fuera jamás un Estado, que no tuviera más que una vaga autonomía bajo control israelí.
 

E.H.: Examinemos ahora la otra hipótesis, la de un gobierno israelí que impidiera la formación de un Estado palestino viable. ¿Cómo ve usted el paso de la situación actual a la formación de un Estado único? Cuando hablo del tema en mi entorno, me dicen que es una utopía, que se ha acumulado tanto odio y miedo en los dos grupos humanos que es imposible hacer que vivan en el mismo Estado, al menos en un futuro previsible.
Pero me parece que a veces ocurre lo imprevisible. Cuando en 1989 unos ciudadanos de Leipzig salieron a la calle diciendo: «Somos el pueblo», ¿quién se habría imaginado que ese acontecimiento, que en su momento no apareció en primera plana de ningún periódico, iba a marcar el comienzo del fin del «comunismo»? ¿Y quién previó que el régimen del apartheid en Sudáfrica se iba a derrumbar con tanta rapidez? 


M.B.: Estoy totalmente de acuerdo. Todo empieza por pequeñas cosas. Está nuestra acción sobre el terreno y están las sanciones, que son la única manera de obligar al gobierno israelí a modificar su política, de convencerle de que el precio de mantener el apartheid es muy elevado, mucho más alto que sus ventajas. De momento, Sharon maniobra con gran habilidad para imponer el punto de vista israelí en todo el mundo, mientras que nosotros defendemos mal nuestra causa, debido a la militarización de la Intifada, a la falta de claridad de nuestros objetivos, la falta de unidad en nuestra voz. Nuestro porvenir depende de nuestra tenacidad en quedarnos donde estamos, no abandonar la tierra, en nuestra capacidad de instaurar la democracia interna y en imponer sanciones internacionales. La solidaridad internacional es importante por dos conceptos: por una parte, por la ayuda directa que nos aporta, pero también por el apoyo que brinda a nuestra lucha interna contra los fundamentalismos. Dicen: «Estamos solos, todo el mundo está en contra nuestra, todos los judíos están en contra de nosotros, Europa está en contra de nosotros». Esa sensación de aislamiento alimenta el fundamentalismo. He debatido a menudo sobre este asunto en las reuniones que hemos celebrado con ellos y les incomoda mucho: ¿cómo oponerse a esos internacionales que vienen a ayudarnos a violar el toque de queda, que sirven de escudos humanos para protegernos, jugándose la vida en ello? Y, de hecho, hay gente de Hamás que se une a nosotros y a los internacionales en nuestras manifestaciones. Lo que estos tienen que comprender es que nos ayudan también a construir nuestro futuro, al convencer a una parte de la sociedad palestina de que debemos convertirnos en un país democrático. Ese internacionalismo es muy importante, como en la época de la guerra de España.


[MUSTAFÁ BARGHOUTHI. «¿Dos Estados o un Estado?». en Permanecer en la montaña. conversaciones con Éric Hazan. trad. de Santiago Jordán Sempere. Barcelona, Icaria, 2007]

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